El banquero de moda

Francisco Peiró va a contar con el raro privilegio de ser uno de los poquísimos banqueros españoles que ingresa en la cárcel como teórico responsable de una suspensión de pagos bancaria, y no será porque no ha habido escándalos bancarios en esta tierra de pan llevar, que si de algo puede presumir nuestro sistema financiero en las últimas décadas es de sacamantecas metidos a banqueros, dispuestos entre todos a pasarle al erario público sus buenos 2 billones de euros en minutas. Pero sólo dos antes que él, en años lejanos y sin ningún relieve, han ido a dar con sus ilustres huesos a la cárcel. Todos los demás siguen bebiendo Don Perignom, la mayoría sigue visitando el casino de Montecarlo, muchos se pueden pagar vacaciones en el Indico y algunos hasta tienen «penthouse» en Manhattan. Todos menos Francisco Peiró. No parecía Francisco Peiró uno de esos hispanos que en razón de linaje parecen destinados a sentar un día sus posaderas en el consejo de administración de un gran banco. El curriculum de este valenciano de 48 años es más bien modesto. Básicamente autodidacta, a los 18 años este valenciano que sigue conservando un pelo negro sin mácula de canas empezó a trabajar en una sucursal del Banco Exterior de España en la Costa Brava, de donde dio el salto con el banco público a Londres.

Convertido ya en un apreciable experto en tesorería de divisas y mercado monetario, Peiró fichó por el Bank of America, para el que trabajó en la lejana Singapur. De donde se colige que es Peiró individuo viajado, de buen inglés, no ciertamente dicharachero sino más bien apocado y tímido, callado, con dificultades para la relación inmediata, aunque con capacidad de convencimiento y carácter suficiente para caer bien a la gente a la salida del «coctail». Tras la vuelta de Singapur, Francisco Peiró montó en Madrid una academia de idiomas. Enseñar a hablar inglés a los españoles se reveló misión imposible, de modo que el valenciano, haciendo valer de nuevo sus conocimientos del mercado de divisas, fichó por un «broker» del interbancario llamado Guy Butler, convertido después en una sociedad mediadora del mercado del dinero denominada Gestión Bancaria Internacional. Trabajó después en Finvest Española, y al cierre de este negocio Juan Lladó le dio cobijo en la firma Finconsul como asesor en divisas. 

Francisco Peiró seguía siendo un ejecutivo de un apreciable nivel cultural, aunque sin demasiada suerte en el terreno profesional. Hasta que llegó su oportunidad en Eurocapital, la que sería fecunda matrona del Banco Europeo de Finanzas. Quienes le conocen aseguran que la aventura del BEF cambió por completo el carácter de este hombre, hasta convertirle en un trepador dispuesto a participar en las subterráneas conspiraciones a que obliga el mundo del gran dinero. Aquel carácter amable se convirtió en agresivo, y los que le rodeaban supieron de pronto que Francisco Pieró era un personaje importante en el PSOE, o al menos eso él decía, con casa en Pez Volador, como Felipe González, dispuesto a tirar de teléfono, o eso aducía, y llamar «arriba» para parar los pies a un Carlos Croissier que desde la CNMV no paraba de importunar a los directivos del BEF a cuenta del asunto Repsol. Pero Peiró no es «guerrista» y dicen en Ferraz que nadie le conoce por aquellos pagos. Su agarradera es César Ramírez, un discreto peso pesado ligado al ala «biuti» del Gobierno, espiritualmente emparentado con Mariano Rubio y en menor medida con Carlos Solchaga.

Fundamental en su cambio de vida parece haber sido la aparición en la escena del BEF del constructor Longinos Sánchez, el mayor accionista individual del BEF. Con Longinos de «back up», Peiró se transformó del eficaz asesor de segunda línea que fue siempre en duro candidato a la presidencia del BEF, en arduo aspirante a banquero. La conjura del verano del 90 le llevó por fin a la presidencia del Banco Europeo de Finanzas, tras desalojar al pusilánime Alvaro García Lomas, en una loca carrera que ha concluido en Carabanchel.

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