EEUU interviene Cuba militarmente

Este año la situación en Cuba ha sido el culebrón del verano. La huida desesperada de muchas personas en frágiles balsas hacia EEUU se sitúa en el origen de informaciones y valoraciones sobre la realidad cubana que, en muchos casos, no han reflejado aspectos imprescindibles para un análisis mínimamente ecuánime. El hundimiento del bloque del Este llevó a la ingenuidad de muchos que se autodefinen como gentes de izquierda, a teorizar sobre un mundo idílico multipolar, en el que sería posible que los pueblos diseñaran sus propios modelos de desarrollo sin amenazas militares. La Guerra del Golfo, de forma rápida y brutal, dejó bien claro quién continúa detentando la hegemonía y con qué grado de coherencia está dispuesto a intervenir para demostrarlo.

Un pequeño país, de diez millones de habitantes y con una capacidad militar que en ningún caso va más allá de sus propias necesidades defensivas, continúa resistiendo. Los 35 años de historia de la revolución cubana son, con sus errores y aciertos, la expresión del titánico esfuerzo por sacar a su pueblo del subdesarrollo, por conseguir niveles de bienestar que ningún país latinoamericano se atreve a soñar; mucho menos aquéllos que, como México y Argentina, aparecen como prototipos del nuevo milagro económico.

Según repiten los informes de organismos internacionales, Cuba es el país más avanzado del continente. No hay miseria, ni analfabetismo; la escolarización, hace décadas, cubre a toda la población y el índice de titulados de grado superior es elevadísimo. El trabajo, la atención sanitaria, la vivienda, el vestido y la alimentación básica, están garantizados para todos. La mortalidad infantil, indicador sintético básico del desarrollo socioeconómico, es de 10 por mil, cuando en Brasil -el país más rico de América Latina- es de 64 por mil y en EEUU es de 14 por mil.


Sin embargo, los «voceros» del nuevo orden hablan de la falta de derechos humanos y de democracia. Considero innecesario insistir sobre la calidad de los derechos humanos en una América Latina en la que mueren, anualmente, un millón de niños menores de un año por desnutrición y hay 230 millones de personas en la miseria.

Pero, ¿cuál es el ejemplo de democracia política formal que, desde América Latina, se puede ofrecer a Cuba? ¿Quizás el de Haití o el de la República Dominicana, con estafas electorales descomunales y manifiestas? ¿Tal vez el de Guatemala, en el que el dictador responsable de miles de asesinatos y desapariciones, gana las elecciones con un 19% de participación de la población? ¿El de Brasil o Venezuela, con presidentes depuestos y/o encarcelados por corrupción? ¿El de Perú con un dictador que disuelve el Parlamento cuando éste no actúa a su antojo? ¿Las democracias vigiladas de Chile o Argentina? ¿O quizás el de Colombia, con un listado creciente de matanzas en las que participan, directa o indirectamente, sus fuerzas armadas?

Lo que la más elemental memoria histórica revela en la política de EEUU hacia Cuba es que tanto el bloqueo económico, como los variados intentos de desestabilización política, como las campañas orquestadas en los medios de comunicación, lejos de responder a preocupaciones sobre libertades democráticas (que sólo desde el cinismo pueden resultar creíbles viniendo de EEUU), son la expresión de una larga obsesión de la clase dirigente norteamericana desde hace más de siglo y medio: doblegar a Cuba.

A este criterio, que han mantenido las sucesivas administraciones norteamericanas, responde su intervención en la guerra de independencia de Cuba mediante el autohundimiento del Maine en 1898, la enmienda Platt de 1902 mediante la que EEUU podría intervenir militarmente en Cuba si consideraban lesionados sus intereses y la larga lista de actuaciones desde 1959.

Entre ellas hay que incluir, según la investigación Alleged Assassination Plots Involving Foreing Leaders realizada por una comisión especial del Senado estadounidense, al menos ocho conspiraciones para asesinar a Fidel Castro, entre 1960 y 1965.

El bloqueo económico, financiero y comercial contra Cuba se inicia como respuesta a la Ley de Reforma Agraria del año 1959 que benefició a 250.000 familias campesinas, pero afectó a los intereses norteamericanos, dos años antes de que se declarase el carácter socialista de la revolución cubana.

Desde entonces, las decisiones tomadas por EEUU sobre Cuba han sido vueltas de tuerca en el asedio. En 1962 prohíbe la importación por EEUU de los productos cubanos. En 1964 se suspende todo tipo de venta a Cuba, incluidos alimentos y medicinas.

El hundimiento de la Europa del Este, lejos de vaciar de contenido los argumentos que pretendían justificar las agresiones a Cuba como parte de estrategias defensivas frente al bloque enemigo, reaviva con fuerza el deseo de acabar con el sistema cubano y surgen nuevas iniciativas para endurecer el acoso. La de mayor alcance es la Ley Torricelli aprobada por el Congreso de los EEUU en septiembre de 1992, que permite la aplicación extraterritorial del embargo por diferentes medios:

1- Imponiendo sanciones a los países que presten asistencia a Cuba. 2- Prohibiendo a sociedades económicas de países extranjeros, subsidiarias de empresas de EEUU, comerciar con Cuba. 3Impidiendo que buques procedentes de puertos cubanos, atraquen en muelles estadounidenses hasta 180 días después de su partida.

Algunas consecuencias concretas, expuestas en un reciente informe a la ONU sobre el bloqueo a Cuba, son las siguientes:

Los países productores de petróleo han sido advertidos de que cualquier venta a Cuba podría incidir negativamente en sus relaciones con EEUU y dificultar el acceso a créditos del FMI y del Banco Mundial. En el caso de países africanos, se explicitó que las relaciones con Cuba podrían afectar a la concesión de fondos para programas relativos a la sequía.

Las presiones norteamericanas se han dirigido también a impedir la compra de azúcar cubano por países de la CEI, a eliminar el suministro de combustible a aviones comerciales cubanos en aeropuertos latinoamericanos, a neutralizar el acceso de Cuba a créditos especiales que le permitieran comprar medicamentos indispensables (plasma, insulina, hormona tiroidea, penicilina, cortisona, etc.) y vender productos farmacéuticos y biotecnológicos elaborados en Cuba, y a impedir o dificultar diferentes actividades financieras, comerciales e incluso de recepción de ayuda humanitaria.

Según cálculos conservadores realizados por expertos, Cuba ha perdido, en virtud del bloqueo, más de 40 mil millones de dólares, lo cual, equivale, aproximadamente, a 20 veces el ingreso por cuenta corriente del país en 1992. En el informe citado, se señala que en 1992 Cuba pagó por la compra de cereales, pollo y leche un sobreprecio de 41,5 millones de dólares. Por concepto de fletes perdió más de 85 millones de dólares. Los envíos de combustible se encarecieron para Cuba en un 43% y tres veces los de otros productos. En los cuatro primeros meses de 1993, solamente en las importaciones de cereales, harinas y aceite, el país se vio obligado a pagar 1.329.876 dólares, sobre el precio de mercado.

Ante estos datos, ¿por qué si el sistema socioeconómico cubano es «intrínsecamente» inviable, se produce ante los ojos del mundo la insólita imagen de la primera potencia del globo, obsesionada por asfixiar a un pequeño país?

¿Por qué EEUU no demuestra su superioridad económica y tecnológica, dejando actuar la «mano invisible» del mercado, en lugar de recurrir al sabotaje, a la guerra biológica y al asedio económico?

¿No llama la atención de las conciencias honestas que EEUU incumpla los acuerdos migratorios con Cuba, que contemplan la emisión de 20.000 visados anuales de entrada en el país, además de un número adicional de personas detenidas por acciones desestabilizadoras instigadas desde EEUU?

Habría que decir, al menos desde la izquierda, que democracia es la capacidad de los pueblos de decidir sobre sus propios recursos, sobre su organización social y de mantener relaciones independientes con otros países, y que eso, en la Historia, ha requerido y requiere, para aquéllos que tienen el atrevimiento de intentarlo, procesos durísimos de enfrentamiento a aquellos poderes -económicos y militares- que pretenden hacer del mundo su aldea global.

La magnitud del cerco a que está sometido el pueblo cubano, instrumentado por la política norteamericana, no exime de responsabilidad histórica a las voces que lo ignoran en virtud de llamamientos a un tipo de desarrollo democrático que es obstaculizado por los mismos agentes en América Latina y que, en Cuba, -además de concebirse como ampliación, y no como negación, de sus conquistas sociales- es competencia soberana y exclusiva de su pueblo.

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