Ya no se venden periódicos

Cuando oigo hablar de la Prensa como cuarto poder, sonrío, pero si se refieren a los periodistas como detentadores de ese poder, me apresuro a extender un vale para sonreír cuando no tenga el labio cortado. Los santotomases tienen la oportunidad de meter la mano en la doble herida de RTVE y Claro. O ha cambiado el Gobierno -el poder- o los quinientos poderosos que están en la calle, y otros dos mil amenazados de cubrir la misma plaza, se equivocaron de bando y han sido purgados. Los descreídos no pueden quitarse de la cabeza la sospecha de que el cierre de Radio 4 no sólo obedece a la imperiosa necesidad de RTVE de tomar medidas que impidan la quiebra o volver a apezonarse de ubre gubernamental; será por carambola, pero quienes se ven beneficiadas son las emisoras de FM cuyas concesiones levantaron un bosque de antenas sobre el escándalo. 


Me apuesto mi paga del mes a que cuando cierren las emisoras de televisión autonómicas previamente el Gobierno habrá concedido las apropiadas licencias de escándalo para televisiones locales. Lo de Claro tiene ribetes de atraco: trescientos poderosos fueron atracados por dos administrativos -en el sentido peyorativo: trabajadores de empresas de prensa que, por darles igual desarrollar su trabajo en una fábrica de alpargatas, no pueden ser llamados periodistas. No contentos con el botín -trescientas nóminas-, disparan contra la realidad: «Hay un público lector en España para un diario de este tipo». 

Es verdad: los 50.000 que vendían, no los 600.000 que querían vender. En este país hay muchos lectores para una prensa popular, pero no para una prensa amarilla. Otra cosa son quienes ven amarillismo rodeándonos por todas partes menos por su istmo. Es su problema. O sea, que los periodistas, de cuarto poder, nada. Como mucho, cuarto querer y no poder.

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