Los escándalos de Borrell

Creo que fue Clemenceau, aquel famoso tigre con absenta en el bigote, quien dejó dicho que cuando alguien quería que un problema no tuviera solución, o convenía taparlo, lo que procedía era encomendárselo a una comisión. Aquel principio no ha sido derrocado; más aún, aquí se han ensanchado las aplicaciones de tan sarcástico diagnóstico creando nuevas nóminas en la disparatada plantilla de la Administración. Una de las más cebadas es la tribu de asesores.


Gente curiosa, de sabiduría variable y geometría política poliédrica a quienes sus señoritos, los asesorados, acuden cuando tienen un problema y no se atreven o les parece mucho nombrar una comisión. Sería injusto escribir que el asesor es un invento socialista, pero es exacto decir que en los últimos años este gremio parece que ha sido sometido a un tratamiento con hormonas, dado su espectacular aumento de población. Ser asesor, no equivale a firmar una póliza exoneradora de riesgos; en ocasiones sucede lo contrario: el señorito utiliza las barbas de su asesor para ocultarse y no dar la cara. Supongo que entonces el asesor hace de tripas corazón, se siente solidario con su sueldo y con tres o cuatro sugerencias redacta una notas dd prensa. Todas terminan igual: negando la mayor. 

Pienso en estas cosas al hilo del primer escándalo que lleva el apellido Borrell, el ministro al que los sindicalistas de su Ministerio han sorprendido arreglando el cuarto de baño utilizando en exceso el papel moneda de los contribuyentes. Al ciudadano ministro no le ha gustado un pelo que trascendiera su intimidad ministerial, y, le ha pedido a un asesor que limpie la imagen del cuarto de baño, desmintiendo sus proporciones. Dura tarea la del asesor de baño. En cosas como éstas se gastan los dineros nuestros este año.

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