Bioy y su debilidad por las mujeres

Su volea era tan perfecta como la trama de La invención de Morel, su obra máxima. Con sus shorts blancos y un cierto «look british» jugaba al tenis poco después del mediodía en el «Buenos Aires Lawn Tennis», el club en el que había aceptado formar parte de la comisión directiva, hasta que no soportó más que sus conspicuos y ocasionales compañeros hablaran «de los socios como si fueran el enemigo». 

Sonrió con «fair play» cuando fue derrotado por Tito Biloch Caride -cincuentón como él- y partió hacia las duchas. Fue cuando dos jovencitas de 18 años avanzaron hacia Adolfo Bioy Casares, el escritor más respetado de Argentina junto a su íntimo amigo Jorge Luis Borges, repiqueteando sus zuecos por el pasillo que conducía a los vestuarios. «Somos estudiantes de periodismo. Nos encargaron nuestro primer reportaje. ¿Podríamos empezar con usted?», preguntaron con desparpajo esa primavera de 1973. 

Bioy Casares accedió con una Mezcla de curiosidad y resignación. Les citó para un lunes al mediodía eh su amplio apartamento del quinto piso de la calle Posadas. Les esperó con jugo de naranja en bandeja de plata y su mejor sonrisa. Con fondo de múltiples bibliotecas con obras de Voltaire, Byron y esa clásica decoración detenida en la década del 30, Bioy Casares se prestó a conversar con las dos jovencitas aspirantes a periodistas y dispuesto a soportar tediosas y obvias preguntas. Su única exigencia: prohibido grabar «porque me intimida». Las jovencitas habían preparado el obligatorio cuestionario que tres minutos después quedó olvidado. 

Bioy se divirtió, atendió una llamada de Borges, mostró sus fotos favoritas, contó su debilidad por las mujeres, el horror al culto a los muertos en la Argentina y su espanto ante los neologismos «atroces» de los políticos. La charla fue fluida. Sólo se interrumpió a los 40 minutos exactos, cuando una de ellas pidió ir a la toilette. Era para dar vuelta a la cassette del grabador antes que comenzara con chillidos delatores. Diecisiete años después podemos sinceramos: tuvimos que grabar, Adolfito, porque nuestros conocimientos de taquigrafía eran más que rudimentarios y nos aterraba no poder registrar todo lo que usted decía.

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