Los cargos de Hungría

Todos los altos cargos de la administración húngara pueden ser definidos como excomunistas desde el mismo momento en que, hace poco más de mes y medio, el hasta entonces partido único renunció a la «O» de Obrero, se hizo socialdemócrata y dejó tirada en el camino a la mayor parte de la vieja guardia. Aunque, según se comenta en los inquietos círculos literarios de la ciudad, «ahora hay atascos en el camino de Damasco», el hombre de la calle desconfía perplejo de tantas conversiones súbitas y el aura de descrédito que rodea al renombrado Partido Socialista Húngaro explica sus, al parecer, grandes dificultades para mantener un alto nivel de militancia. 

El chiste de moda en Budapest asegura que quien consiga un nuevo afiliado para el PSH quedará libre de pagar durante un año sus propias cuotas; quien consiga dos, podrá darse él a su vez de baja; y quien consiga tres obtendrá un certificado de no haber pertenecido nunca. Las contradicciones internas de los «jóvenes turcos» que en el congreso extraordinario de octubre decapitaron al aún ortodoxo Karoly Grosz, después de que éste hubiera apuñalado el año anterior al padre de la patria y del «comunismo a la goulash», Janos Kadar, queda bien patente si se visita la todavía imponente y otrora temida sede del partido. 

En una de las salas de este espléndido edificio, apodado irónicamente la «Casa Blanca» por el aire norteamericano de su pórtico, el recientemente designado secretario general del PSH Jano Kovacs nos aclara que la gran prioridad de su programa económico va a ser desde ahora la lucha contra la inflación, «aunque sea a costa de tener que soportar ciertos niveles de paro». Quien preside la reunión en la que se pronuncian estas palabras es el mismísimo Vladimir Ilich, Lenin («respetamos su memoria y su aportación a nuestra historia») quien, desde su busto de bronce, no debe, a lo que se ve, ganar para disgustos.

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